DIOS NO EXISTE

Tuve la oportunidad
de salir de viaje aprovechando mis cortas vacaciones y feriados de fiestas
patrias. Este viaje fue totalmente diferente a todos los anteriores de mi vida;
generalmente cuando uno viaja a cualquier lugar lo hace para descansar y
disfrutar visitando a la familia, los amigos, y por supuesto buscando todo tipo
de diversiones.

En esta ocasión, para mí fue diferente, pues luego de visitar a mi familia hice lo que nunca antes se me había ocurrido: apartarme de la ciudad para caminar y caminar en completa soledad, en medio de la naturaleza, el campo y las montañas cubiertas o no de nieve perpetua.

Nunca antes había sentido tanto placer estando completamente solo, lejos de la ciudad y las personas; fue una excelente oportunidad para meditar y reflexionar de todo y sobre todo, y en medio del silbido del viento acompañado de un clima agradable, con frío y calor, iluminado por un sol radiante, bajo un cielo abierto e intensamente azul, me acordé que en algún momento de mi adolescencia inmadura, llegué a dudar de la existencia de Dios, pues afirmaba con mísera arrogancia: “Dios no existe”, sencillamente porque nunca lo había visto y porque veía tanta injusticia aplicada a quienes menos tenían.

Hoy en cambio puedo afirmar con certeza absoluta que Dios sí existe, porque lo he visto en todo momento durante mi permanente caminar: lo he visto en los primeros rayos de sol que se filtraban con diversos matices de hermosos colores entre los más altos
picachos de la cordillera blanca, llegando en el preciso momento que necesitaba su calor; lo he visto en la preciosidad de las flores silvestres que existen en el campo, percibiendo de ellas su fragancia y colorido que nos brindan alegría placentera en medio de la
soledad; Lo he visto en la sonrisa dulce e inocente de un niño pastor de unos 7 años, cuando me acerqué a él para invitarle un caramelo; lo he visto en el movimiento permanente de los árboles y las plantas por efecto del viento que como un soplo o aliento divino los inclinaba haciéndome reverencias a mi paso; lo he visto al abrir los ojos en la mañana luego de haber descansado durante la noche, regalándome un nuevo día en medio del trinar de los pájaros que con agradable melodía nos dan el ejemplo de ser los primeros que  alaban al Señor. Qué emoción descubrir a nuestro  creador en todo lado y en todo momento; y para ello, sólo era necesario un poco de fe, mucha humildad y aceptar que la inmensidad de la naturaleza, tiene a un innegable creador,
nuestro Dios.

Recuerdo un pasaje del libro “El hombre que calculaba” donde el protagonista llamado Beremiz manifiesta que  para percibir la belleza de la creación necesitamos tener ojos para ver, inteligencia para comprender y alma para admirar.

Gracias Dios mío por haberme dado esos tres dones incluyendo el don de la vida y así tener la oportunidad de quitarme la venda de los ojos y poder encontrarte en lo más sencillo de tu infinita creación.

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